Siempre he pensado que deberían enseñar a hacer cola desde el colegio. Después de todo, es una de las actividades más recurrentes en la vida, incluso por encima del noble acto reproductivo.
Era una sofocante tarde de miércoles, no había relojes colgados en las paredes del banco y yo estaba recorriendo los cinco metros más largos de mi vida, más aburrido que un corresponsal de El Espacio en Suecia.
En Popayán sólo existen diez bancos, todos ubicados alrededor del Parque Caldas, como adoradores mudos de nuestra proverbial ineficiencia y resignación. Cuatro personas por delante mío miraban al vacío pasando la lengua semihúmeda por sus labios resecos, mientras que un cajero decía «Toño, ¿si vistes el partido del Cali? que manes tan güevones, ola«. Toño cabeceaba al otro extremo de la barra contando monedas de cincuenta, conteniendo el placer orgásmico que le producía ver a tanta gente perder el tiempo de manera fútil gracias a su efímera omnipotencia.
-Señorita, soy jubilado, tenía una diálisis hace tres horas, me estoy muriendo…
-Primera fila al fondo
-¿La que le da la vuelta a la manzana?
-Je, je. No señor, ya quisiera. Esa es la fila rápida. A ud le toca la de los pensionados. Sí, allá donde les da el sol directamente, la que va hasta la otra calle…
-Niña, no sé qué vine a hacer
-Segunda fila a la izquierda -respondía entre dientes otra cajera, evitando ver a los ojos a la larga formación de semovientes que se acercan a la ventanilla como si fuera la entrada del matadero
Hay cinco ventanillas disponibles, pero jamás he visto más de dos cajeros en ellas, y con suerte sólo uno sentado atendiendo por mas de cinco minutos seguidos. En esta ocasión el de la derecha es un burócrata profesional, curtido en las lides de la degustación de tinto y la clasificación de papeles que invariablemente irán a la basura. Observa taimadamente el derrière de una secretaria que contonea lascivamente sus caderas al ritmo de una tonada popular. Se divierte, se excita el maldito cajero. A su lado está una jovenzuela de cabello recogido y uñas con grabados filigránicos. Es de aquellos cajeros que aún siente vergüenza, pero se la aguanta. Contesta el teléfono al mismo tiempo que sella tres papeles sin leerlos y empapa en tinta los índices de otros tantos usuarios medio dormidos. Vive la ilusión de estar trabajando mucho, cuando la verdad no está haciendo bien ninguna de las veinte cosas que ejecuta a la vez.
Ya había repasado la lista del mercado diez veces, me había reído con las divertidas excusas que contaban con más naturalidad que pudor los colados en la fila, pero aún no podía descifrar el Misterio de La Mujer de las Fotocopias. Era ésta una rubia sílfide de prominente busto y reposadas maneras, cuyo único trabajo parecía ser transportar el mismo manojo de papeles de un extremo del banco al otro. Tan importante debía ser su tarea que la ejecutaba de la manera más lenta y meticulosa posible, recogiendo copiosos halagos provenientes de la indiada multicolor que se apiñaba contra el costado de la fila. Hasta el momento no he podido encontrar cuál era el motivo de su intenso trasegar ni de por qué llevaba ropa tan ajustada. Mucho menos he podido quitarme de la cabeza el fino hilo que descendía por sus caderas, marcándose ásperamente debajo de la falda y se perdía más abajo dejando miles de preguntas sin responder.
Cuando llegué por fin a la ventanilla, mi anhelo de vivir se había desvanecido por completo, así que no protesté cuando me dijeron que esa no era la fila, sino la de al lado. Sólo observaba en cámara lenta como movía los labios a manera de sentencia, cómo resbalaba un hilito de sudor por su mejilla y me despachaba con su mano callosa mientras gritaba ¡siguiente!
Los cajeros son hijos de los ángeles, son seres atemporales, seres sin vergüenza, seres de sonrisa divina y de divina inocencia. Algún día, cuando muera, desfogaré mi rabia contra el mundo reencarnando en uno de ellos, uno de los de camisa almidonada y sonrisa de guasón.
NO ES CIERTO que en Popayán «sólo existen diez bancos».
Estos son los bancos de los que me acordé ahí de carrerón.
– Banco Caja Social
– Banco Davivienda
– Banco BBVA
– Bancafé
– Banco Popular
– Bancolombia
– Banco Agrario
– Banco Santander
– Banco de Bogotá
– Banco de Occidente
– Banco Sudameris
– Megabanco
– WWB
– AV Villas
Ahí nomás van 14 (sin contar las sucursales).
Ahh… y no todos «están en ubicados alrededor del Parque Caldas»…
Claro que lo cierto es la mamera de hacer cola en algunos de ellos…. Saludos.
Hola Julián, gracias por tu comentario. Hagamos la cuenta de los bancos que quedan alrededor del parque (me refería a las manzanas completas alrededor):
– B de Colombia
– B de Occidente
– BBVA (ahí me pasó lo que cuento)
– Popular
– Bancafé
– Agrario
– Bogotá
– Por 10 metros el de la República
– DRFE
Sudameris y Megabanco no cuenta porque nos los conoce ni el guachimán y el WWB no es un banco, es un centro de explotación de la mujer cabeza de familia 🙂 .
Ya en serio, ponete a ver y te darás cuenta que las intituciones están absurdamente centralizadas, esa era realmente la crítica.
Se me olvidaba: muy entretenida esta y las otras lecturas.
Ahh no. Eso sí es cierto. Y no solo los bancos. Los centros comerciales y todo «lo bonito» no es que esté centralizado sino «nortelizado».
Hay que «abrir» a Popayán…
hola , son muy buenos sus escritos me parece muy interesante q puedan concientizar a muchas personas sobre la realidad q vive nuestra ciudad.
hola a todos……. este blog esta muy vacano gracias a las personas que ha participado…… eso es muy vacanbo es popayan frente al mundo soy nuenvo en la ciudad y no conosco nada…. peroe ste blog esta muy vacano aporte muchachos animo animo animo…….