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Posts Tagged ‘universidad’

La temida banca de suplentes está parcialmente ocupada por tres tipos puntuales que esperan impacientes. A medida que llegan los demás, son recibidos con fuertes apretones de mano, los cuales parecieran necesitar un recorrido de brazo de noventa grados para lograr el efecto deseado; algún inusitado abrazo; y un chiste referente a su última borrachera o a su último fracaso de amor, que pareciera que a veces no ocurren la misma noche.  En el aire flota la fraternidad propia de quienes saben que se acerca la despedida.

Ya más tranquilos por completar al menos 10 jugadores, sigue el ritual. Los guayos saltan de los maletines y descansan en el prado. Esperan. Allí tirados, la pulcritud de algunos, denuncia la poca oferta deportiva que ha tenido su dueño; el barro que portan otros, advierten la experiencia adquirida en fútbol de veredas circunvecinas; el anacronismo de otros, la cantidad de tiempo que no se juega.  Luego siguen los ungüentos, las vendas, las medias rotas que son tapadas por otras también rotas (pero en diferente lugar), el análisis visual de los rivales, la escogencia del número, la recogida del arbitraje, continúan los chistes. Pero el ritual se ve interrumpido cuando una figura parecida a un muñeco mal dibujado se acerca. Carga una joroba que pareciera que hubiera nacido con él. La raya lateral de la cancha, por donde camina, pone en evidencia su arritmia motriz. Viste una bermuda floreada, una camiseta de algún color llamativo y chanclas. Parece vestido para un splash, no para un partido. La punta de sus pies convergentes, sus rodillas juntas y sus piernas ausentes de musculo, recuerda que Yatsuri Yamile, más que un equipo, es una disculpa para disfrutar la amistad.

Es un tipo carismático. Se forma una pequeña reunión para saludarlo y dice que está pasando guayabo (¡para completar!), que la de anoche fue una noche difícil. La masa, curiosa por su historia, olvida el partido y escucha. Cuenta que fue una noche de copas complicadas, que iba en un taxi y la paranoia lo invadió, pensó (inocentemente) que lo iban a secuestrar (¿quién lo iba a querer secuestrar? ¿Qué ganarían?) y se tiró del taxi. Cuando llegó a su casa, despertó a toda su familia  para contar la historia y llamo a un amigo que alternaba sus estudios ingenieriles con la conducción de un taxi, para preguntarle si conocía al taxista quien iba a perpetrar el delito. Pareciera que esa noche, su objetivo era el de trasnochar a la mayor cantidad de familias posibles. También contó que aparte de las consecuencias propias de los tragos, tenía problemas estomacales que le impedirían jugar, pero que precavidamente había llevado sus guayos, por si faltaba alguien, como efectivamente pasaba. Hubo un pequeño debate: algunos opinaban que era mejor jugar con 10 y otros querían que jugara, soportando la decisión en la amistad. Por una reñidísima votación, se decidió que jugaría.

Nos disponemos a profanar el prado con nuestros indómitos pies y alguien reflexiona, pregunta dónde va a jugar nuestro personaje. Se forma otro debate, éste un poco más acalorado que el anterior. Un sector se inclina por dejarlo de defensa, esgrimen que no sería capaz de hacerle un gol ni a Eduardo niño; mientras otra parcialidad opina que sería suicidio, que en esa posición, éste daría más pases gol que Bochini, pero a los rivales; que debería jugar de delantero. Se encuentra una solución salomónica y se acuerda que flote. Flotar, queridos lectores ateos del futbol, es no aferrarse a una posición táctica, es deambular por la cancha, es ubicarse donde más le convenga. Esa posición no conoce medias tintas. Allí han jugado Valderrama, Zidane, Maradona, Francescoli, Pelé, Rivaldo y claro, juegan tipos como nuestro personaje. O se es un genio o se está desprovisto de todo talento.

Se me acerca y me dice (con claras intenciones que escuchen sus detractores): Cachavez, son ignorantes, hoy los callo. Porque el tipo nunca ha temido a expresar sus opiniones. Recuerdo una vez que veíamos un partido en su casa, y en ese tiempo un tema polarizaba al país: ¿Era Juan Pablo Ángel un jugador para la selección? Su padre se nos había unido y discutía con Olano las implicaciones históricas del asunto, eso llevo la discusión hasta los años 70. Olano es un estudioso de nuestro pasado futbolístico. La discusión llevaba horas y más de una canasta de cerveza. Ese tipo de discusiones son bizantinas, solo pueden terminar por dos razones: por una pelea o porque se acaba el licor. Aquí no parecía darse ninguna de las dos, aunque cada vez estaba más cercana la primera. Nuestro personaje, había permanecido callado en una esquina. De pronto se levanta y dice: no se si Juan Pablo Ángel sea bueno o malo, lo que si se es que es el jugador más bonito que ha dado el futbol colombiano. Así es él.

Empieza el partido. Los rivales son primíparos. Ven en nuestra lánguida contextura una inmejorable oportunidad para ganarle a un equipo de los semestres de arriba. El nombre del equipo ayuda, porque no nos digamos mentiras, un equipo que se llame Yatsuri Yamile, no inspira respeto. Y nosotros, no queremos ser derrotados por primíparos, alguna dignidad conservamos. Eso hizo el partido trabado, disputado, áspero.

Nuestro personaje, para completar, tiene un estado físico de cantante. Cada vez que las circunstancias del partido lo ponen cerca de un compañero, se acerca para decir estoy muerto. Acata las indicaciones técnicas dadas al principio: deambula. Y el balón lo busca, ¡pero él tira cada verdura!. Está teniendo un partido especialmente malo. El balón inpajaritablemente le rebota en las canillas cada vez que intenta dar un pase. Se va frustrado, no se está divirtiendo, la furia parece invadirlo. El partido se acaba y yo me imaginaba a los primíparos celebrando el cero cero y dañándonos nuestro momento de fraternidad.

Centro largo desde el costado izquierdo, el defensa cabecea y deja la pelota rebotando cerca de la media luna. Él pasa por allí, y se encuentra con el balón como encontrarse con una ex novia en el paradero, sin querer. Hay dos botes y al tercero, se choca con la canilla de nuestro personaje. Éste, estira la pierna, primero como un acto reflejo, pero luego con furia. Le pega con fastidio, como vengándose de tantas vergüenzas que le ha hecho pasar. Tira la patada, por primera vez en su vida, sin temer las consecuencias. La pelota en vez de rebotar en las canillas y llegar mansamente a los pies de un rival, dos metros más adelante (como siempre); esta vez se desliza hasta que es recibida por un pie bien estirado. Sale con dirección al cielo, como queriéndole quebrar los vidrios al apartamento de dios. Pero pareciera que dios, compasivo (o celoso con sus vidrios) ha soplado divinamente el balón y éste empieza a bajar bruscamente. Nuestro personaje cambia su expresión de rabia, por una de fe. Intercambio el focus de mi mirada entre el balón y Él. En un cuadro, tengo mi mirada puesta en nuestro personaje, veo que, de nuevo, cambia su rostro, sospecho de alguna noticia y  ahora la dirijo hacia el arco. Alcanzo a ver a un arquero dándole una palmada al piso, una malla moviéndose y el balón devolverse hacia nosotros. Ahora, ha abierto las manos, ha hecho un puchero y ha refugiado su cabeza entre sus hombros. No entiende. En la posición donde juego, me queda fácil ver los rostros de mis compañeros, lo hago. Parecen que hubieran visto un ovni, hasta temo por algunos. Uno logra salir del asombro y empieza a correr en dirección a nuestro personaje, que desde ahora, lo llamare nuestro héroe. La masa se contagia y hay un mar de brazos que lo buscan. Pero no llegan como una juguetona ola sino como un furioso tsunami. Nuestro héroe es atropellado por una horda que lo ubica en posición inferior de una pila humana. Se celebra por muchas cosas: tal vez sea nuestro último campeonato juntos, tal vez sea nuestro último partido juntos, tal vez sea nuestro último gol juntos, tal vez sea la última vez que estemos juntos. Pero sobre todo, porque lo hizo nuestro personaje (nuestro héroe) y eso nos hace felices, es como si celebráramos que un ciego ha vuelto a ver. Todo es felicidad. Pero emana un apestoso olor que empieza a dañar nuestro momento feliz. Del fondo y entre risas macabras, nuestro héroe dice con voz que no deja lugar para la duda….

¡Me cago, me cago!

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